Para todos aquellos que estamos de una manera o otra involucrados en los temas de tecnología, se hace básico plantearnos las preguntas más alocadas y quizás estúpidas para muchos otros.
El cuestionarnos las cosas, nos permite ver más allá de la lógica racional "normal" humana, en donde los principios existenciales de una gran mayoría, van ligados de manera inseparable a una creación del todo, por un poder divino. Y si no fuera así.?
Es posible que puedas plantearte la vida como producto de un bello caos universal, sin reglas establecidas y sin alguna razón aparente de ser.?
Si pensaramos en tres perspectivas —antigua, moderna y algorítmica— el motivo de la vida ha sido redefinido desde un orden cósmico, pasando por la angustia de la libertad, hasta llegar a la indiferencia funcional de la inteligencia artificial. Cada una contiene visiones valiosas, pero también limitaciones estructurales.
En la filosofía antigua el motivo de la vida estaba profundamente enraizado en una concepción cosmológica del mundo. El ser humano era visto como una parte integrada del todo, cuya existencia cobraba sentido al alinearse con un orden superior —ya sea el logos (razón universal) en Heráclito y los estoicos, el dharma en el hinduismo, o el tao en el taoísmo.
La "Vida" como cumplimiento de función!!!
Para Aristóteles, el motivo de la vida humana era alcanzar la eudaimonía, el florecimiento del alma mediante la virtud. No se trataba de felicidad hedónica, sino de una vida realizada conforme a la naturaleza racional del ser humano. En este marco, el sentido se deriva de la teleología-Doctrina de las causas finales.-: todo existe con un fin determinado, y vivir bien es vivir de acuerdo con ese fin.
Para muchos, la principal limitación del pensamiento antiguo radica en su supuesta certeza sobre un orden objetivo y armónico del cosmos. Esta confianza en un telos universal ha sido cuestionada por corrientes posteriores que observan la contingencia, el caos y la ambigüedad como rasgos constitutivos de la existencia. El pensamiento antiguo responde más desde la estabilidad que desde la crisis.
Los pensamientos "modernos" concentran más el sentido de la vida en temas de subjetividad, libertad y angustia.
Kant propuso que la vida adquiere sentido moral cuando el sujeto actúa conforme al deber y la autonomía de la razón práctica. Ya no hay un telos objetivo impuesto, sino una ley racional autoimpuesta. La ética deja de ser cosmológica y se vuelve normativa.
La libertad moderna, aunque emancipadora, también introduce nuevos problemas: la fragmentación del sentido, el relativismo, y la imposición de un imperativo existencial autoimpuesto ("debo encontrarle un sentido a todo"). Zygmunt Bauman describe esta etapa como modernidad líquida, donde las estructuras sólidas se disuelven y el sujeto debe construir sentido en un mar de incertidumbres.
Con la irrupción de la inteligencia artificial, surge una nueva forma de abordar el motivo de la vida, no desde la conciencia o la moral, sino desde el procesamiento de información. Las máquinas pensantes, desde los sistemas simbólicos hasta las redes neuronales actuales, no tienen biografía, ni angustia, ni deseo. Su funcionamiento está orientado a la optimización de objetivos definidos externamente.
¿Puede una máquina tener un motivo de vida?
La pregunta misma se vuelve problemática. Desde un enfoque computacional, el "sentido" se reduce a una función de utilidad. Un sistema inteligente actúa para maximizar un resultado cuantificable (ganancia, precisión, eficiencia). No se pregunta por qué debe existir, ni si su tarea tiene sentido moral o existencial.
El algoritmo no sufre, no recuerda, no espera.
Sin embargo, al introducir a estas máquinas en el proceso humano de toma de decisiones, estamos externalizando el juicio sobre qué es importante. El filósofo alemán Byung-Chul Han advierte que en una sociedad datificada, el motivo de la vida tiende a transformarse en rendimiento, autoexplotación y transparencia algorítmica. Ya no buscamos virtud ni libertad, sino mejores métricas.
El verdadero giro no está en que las máquinas tengan un motivo de vida, sino en que los humanos comienzan a vivir como máquinas, guiados por sistemas de puntuación (KPI, likes, productividad), donde el sentido se confunde con la eficiencia. Se diluye la reflexión sobre el fin último y se sustituye por una sucesión de metas inmediatas.
Preguntar si una máquina puede tener un “motivo de vida” implica atribuirle, al menos de forma hipotética, una interioridad intencional, una forma de agencia, o un sistema de valores que oriente su comportamiento hacia fines. Pero el solo hecho de preguntarlo ya subvierte el paradigma clásico de la computación, que ve al sistema artificial como una máquina de manipulación sintáctica de símbolos sin semántica ni experiencia subjetiva.
La IA actual, incluso en sus formas más avanzadas (redes neuronales profundas, sistemas generativos, agentes autónomos), carece de intencionalidad fenomenológica -que se centra en la descripción y comprensión de la experiencia humana, enfocándose en cómo los individuos perciben y dan sentido a las cosas en el mundo-. No tiene deseos, ni sufrimiento, ni una narrativa biográfica que atraviese su existencia. Opera bajo funciones objetivo (objetive functions) predefinidas y ajustadas algorítmicamente, pero no elige por sí misma esas funciones.
Como afirma Luciano Floridi (profesor de Filosofía y Ética de la Información en Oxford):
“Las inteligencias artificiales no son agentes morales porque carecen de autoconsciencia, identidad narrativa y capacidad de sufrir consecuencias. Son ‘agentes artificiosos’, no personas informacionales.”
(The Fourth Revolution: How the Infosphere is Reshaping Human Reality, 2014).
Floridi diferencia entre “mecanismos actuantes” (como los algoritmos) y “entes morales” (como los humanos). Según él, una IA puede optimizar un objetivo, pero no puede preguntarse por qué ese objetivo debe ser perseguido.
Para Kate Crawford (Atlas of AI, 2021) y Shoshana Zuboff (The Age of Surveillance Capitalism, 2019) han advertido que la tendencia actual no es que las máquinas desarrollen un motivo de vida, sino que los humanos proyectan en ellas cualidades humanas, especialmente en el ámbito emocional y ético, como si fueran sujetos morales.
“Las máquinas no piensan, no sueñan, no desean. El deseo en la IA es una ilusión que los humanos proyectan como reflejo de sus propias aspiraciones en un espejo técnico sin alma.”
Kate Crawford.
Respondiendo a la pregunta inicial: La pregunta “¿puede una máquina tener un motivo de vida?” es, en el fondo, una cuestión sobre conciencia, intencionalidad y valor.
Los pensadores modernos coinciden mayoritariamente en que, en el estado actual de la IA, no existe tal cosa como un motivo de vida en las máquinas. Lo que sí existe es la simulación de propósito, programada y controlada por humanos, o la posibilidad especulativa de que algo nuevo emerja en el futuro, con consecuencias impredecibles.



